MASONES ECLESIÁSTICOS EMIGRADOS A
FRANCIA ENTRE 1823 y 1834
Gracias a las listas de
masones eclesiásticos españoles elaboradas por Vicente Cárcel Ortí y
por José Antonio Ferrer Benimeli, podemos apuntar la condición de
masón de varios clérigos exiliados en Francia a partir de 1823:
- Antonio Posada y Rubín de Ceus, nacido en 1768 en Soto de Aller, Asturias. En 1788 era
catedrático de cánones en el seminario San Fulgencio de Murcia,
canónigo de San Isidro en Madrid, abad mitrado de la Colegiata exenta
de Villafranca del Bierzo. Diputado a Cortes por Murcia en 1820,
masón, nombrado obispo de Cartagena-Murcia en 1821, autor de una Carta
pastoral (Murcia, 1822) tachada de furibundo manifiesto revolucionario
por los absolutistas, fue obligado a dimitir de su mitra en marzo de
1825. Se asiló en abril de 1825 en Perpiñán, y luego en Aix-en-Provence,
donde se granjeó la estima del arzobispo a quien ayudó en sus tareas
pastorales, 1827 autorizado a viajar libremente en Francia. Tras su
regreso a España, disfrutó de los favores del gobierno liberal siendo
diputado, luego nombrado prócer, arzobispo de Valencia y Patriarca de
Indias. Gran Cruz de Isabel I y Gran Cruz de Carlos III.
- José María de Alcocer, nacido
en 1764, párroco de Santa Cecilia de Medellín, Plasencia, uno de los
más fervorosos predicadores del sistema constitucional en Extremadura,
masón espontaneado, condenado a reclusión en un monasterio por la
jurisdicción eclesiástica, logró escaparse 1829: En Bayona, no fue
autorizado a ejercer su ministerio y se trasladó a Burdeos y Aix-en-Provence
en 1830 y en 1833 a Montpellier.
- José Francisco Fuentes,
sacerdote español refugiado en 1829 en Tolosa y luego en París donde
frecuentaba a Martínez de la Rosa.
- Ildefonso Medrano, nacido en
1783, presbítero, capellán de un regimiento constitucional, aslado en
1823 en Marsella, y en 1824 en Londres.
- El masón Salvador López,
oriundo de Málaga, ya canónigo de Berlanga (diócesis de Sigüenza)
antes de 1820, fue durante el Trienio profesor de derecho natural y
constitucional en la Universidad de Sevilla. Perseguido por su actitud
política y despojado de su canonjía en 1823, se exilió en Montpellier.
- El también masón José María Moralejo, nacido en 1770 en Colmenar de la Oreja, cura propio de San
Juan de Brihuega en el arzobispado de Toledo, era doctor en teología
por la Universidad de Alcalá de Henares y autor de distintos planes
muy radicales de reforma del clero español. En 1820 er miembro de la
Sociedad Patriótica de Malta, autor de un radical Plan de reforma del
clero en 1821, miembro de la Sociedad Lanbaburiana en 1822. Se asiló
en Inglaterra en 1823y en enero de 1830, con sesenta años, se trasladó
a Paris dando clases de idiomas. Ya en Barcelona en 1838, fue profesor
en el Instituto de Sordomudos y catedrático en la Universidad de
Madrid en 1844.
- Martín Rentero, cura en una
parroquia de Murcia durante el régimen de las Cortes, archivero de la
Diputación Provincial, secretario de la Sociedad Patriótica murciana,
salió para Francia bajo la protección de las tropas de Angulema por
acogerse al convenio de capitulación de Cartagena. En 1828, se asentó
en Lyon donde subsistía diciendo misa diaria y celebrando algún que
otro entierro en la parroquia de Saint-Pierre.
- Antonio Barragán, natural de Arnedo, capellán de la "Columna Patriótica", el primer batallón de la
milicia nacional de Zaragoza, fue un fervoroso predicador de la
constitución. Más tarde fue capellán del 9° regimiento de Infantería
que capituló en Huesca. Por considerarlo un enconado constitucional,
el obispo de Dax no le concedió licencia para decir misa. Falto de
cualquier recurso, no estuvo autorizado a permanecer en Francia y en
abril de 1825 optó por emigrar a Inglaterra.
- Domingo Bondía, nacido en
Maella (Aragón), religioso exclaustrado, capellán del ejército de
Ballesteros y masón espontaneado, huyó de las persecuciones a las que
estaba sometido en España, emigrando a Bagneres-de-Bigorre en febrero
de 1824.
- El masón y luego comunero
Joaquín Saez de Quintanilla, presbítero, catedrático de derecho
canónico y rector de la Universidad de Valencia, en 1823 se refugió en
Aix-en-Provence en 1824.
- El ex mercedario pamplonés y
lector de teología Juan Mata de Echeverría, revolucionario muy activo
estrechamente vinculado al jefe liberal Juan Olavarría, que luego
pretendió haber colaborado con los liberales únicamente como agente
secreto al servicio del monarca español como confidente del eecretario
particular de Fernando VII, Antonio Ugarte, encargado por el rey de
levantar bajo cuerda partidas absolutistas. Lo cierto es que Mata tuvo
que marcharse a Puerto Príncipe en abril de 1830 (A. Auchelle, "Un
eclesiástico entre liberalismo y absolutismo: Juan Mata de Echeverría"
en Trienio, Ilustración y liberalismo, n° 27, mayo de 1996,
Madrid, p. 73-82).
Los clérigos liberales
asilados en Francia tuvieron que aguardar a que, tras la muerte del
monarca, se iniciara una nueva era política en España. Sólo la
amnistía otorgada por la reina regente María Cristina el 23 de octubre
de 1833, les permitieron regresar a su patria.
Fuente:
- Vicente Cárcel Orti, "Masones eclesiásticos durante el Trienio
liberal (1820-1823)" en Archivum historiae pontificae nº 9,
Roma (1971), p. 249-277.
- J. A. Ferrer Benimeli, Masonería, Iglesia e Ilustración,
Madrid, 1977, tomo IV, pp. 227-233.
- Aline Vauchelle, “La emigración a Francia del clero liberal español:
1823-1834”, en Brocar, 21 (1998), pp. 269-309.
- J. M. Cuenca Toribio, "La Iglesia española en el Trienio
constitucional (1820-1823)" en Hispania Sacra XVIII, CSIC,
Madrid, 1965, p. 333-362.
- G. Dufour, "La emigración a Francia del clero afrancesado" en El
clero afrancesado, Université de Provence, 1986, pp. 167-206.
- R. Sánchez Mantero, Liberales en el exilio. La emigración
política en Francia en la crisis del Antiguo Régimen, Madrid,
1975.
- Julián Sánchez de Haedo y Mariano de Escartín, Guía del estado
eclesiástico seglar y regular de España e Indias, Madrid, 1819 y
1820.
EL CLERO LIBERAL ESPAÑOL EXILIADO EN
FRANCIA
En 1823, con la caída del régimen
constitucional, la emigración de clérigos españoles fue un fenómeno
significativo, tanto numérica como ideológicamente. De hecho, en el
Trienio constitucional se puso verdaderamente en marcha la reforma de
la Iglesia española, que las Cortes de Cádiz tan sólo habían podido
esbozar. Algunas de ellas lesionaban peligrosamente los intereses de
la Iglesia, como por ejemplo, la definitiva abolición de la
Inquisición, la reforma de las órdenes religiosas, la supresión de
monacales y puesta en venta de sus bienes, la reducción del diezmo en
una mitad, la supresión del fuero eclesiástico. Por consiguiente, el
que algunos sacerdotes apoyaran semejante política constituía un
poderoso compromiso.
Disponemos de una lista de 130
eclesiásticos liberales emigrados que no deja de ser una proporción
ínfima con respecto a los impresionantes efectivos del clero español
recogidos en el censo de 1797 que arroja un total de 134.675, entre
seculares y regulares. Y ello teniendo en cuenta que, de 1808 a 1820,
se había rebajado en 13.000 la cifra de los regulares varones. Por
supuesto que al concluir el Trienio constitucional, no todos los
clérigos liberales tuvieron la oportunidad o quisieron exiliarse y
muchos sufrieron la represión en España. Tampoco cabe olvidar que en
1823 numerosos constitucionales españoles huyeron a Inglaterra, donde
se asentaron algo más de mil-, a Bélgica e incluso, en algunos casos,
a América del Sur. Los eclesiásticos que abandonaron España fueron,
pues, a engrosar las filas de la emigración en estos países.
Como han analizado distintos
historiadores, los clérigos que apoyaron el nuevo régimen
constitucional eran herederos de los "jansenistas" dieciochescos y de
éstos recogieron las tesis regalistas y episcopalistas. Aspiraban a la
formación de una Iglesia nacional, independiente de Roma, regida por
los obispos españoles en lo espiritual y sometida al poder regio en lo
temporal. Por ende antepusieron al servicio del Rey el servicio a la
Nación, lo que era en sí un acto revolucionario. Pero, a diferencia de
su abuelo Carlos III, celoso defensor de sus regalías frente a las
intromisiones de Roma y de la Inquisición, Fernando VII había
renunciado al regalismo y cumplía a rajatabla los dictados del papado
en cuestiones religiosas.
Hubo clérigos que aceptaron la
revolución de 1820 como un hecho consumado y, adaptándose a las
circunstancias, obedecieron pasivamente a las autoridades civiles.
Algunos prelados redactaron pastorales en loor del nuevo sistema,
cumpliendo así, sin hacerse de rogar, la Real Orden del 12 de abril de
1820 en que el gobierno liberal, conocedor del influjo del púlpito en
la mentalidad del pueblo, mandó que los eclesiásticos hicieran
propaganda por la constitución y explicaran a los fieles la
compatibilidad de la Carta Magna con la religión. Pero a partir de
octubre de 1820, cuando la inmensa mayoría del clero se movilizó en
contra de la reforma de las órdenes religiosas, los clérigos
difícilmente podían evitar decantarse nítidamente por uno u otro
campo.
Fernando VII expidió el 6 de
febrero de 1824 un decreto mandando separar de sus prebendas y
beneficios a los eclesiásticos que hubieran sido miembros de una
sociedad secreta. Y al mes siguiente, otra Real Orden agravó las
represalias exhortando a los prelados a imponerles castigos canónicos
y hasta penas de reclusión en monasterios. Finalmente, quienes habían
pertenecido a una sociedad secreta quedaron excluidos de la amnistía
otorgada por el monarca el 10 de mayo de 1824.
Hay que resaltar que muchos de los
eclesiásticos favorables al régimen constitucional eran miembros del
clero culto. Entre ellos sobresalen 5 profesores, 1 protonotario, 2
beneficiados, 2 arcedianos, 1 vicario general, 10 canónigos de los que
4 son dignidad y 2 obispos.
Por ejemplo, Juan Ferrer, doctor en
teología, beneficiado de la Catedral de Mallorca, protonotario y juez
de la Iglesia romana. Perseguido por sus opiniones políticas, se
marchó para Francia en 1828.
Antonio de la Cuesta y Torre,
arcediano de la Catedral de Avila y penitenciario de los Hospitales de
la misma que, condenado por jansenista en 1801 por la Inquisición,
escapó a Bayona, donde le dio cobijo el conde de Cabarrús. Luego,
estudió ciencias naturales y economía política en París. De vuelta a
España, en 1808 rechazó ser consejero de Estado del rey José I, optó
por el bando de los patriotas liberales y se trasladó a Cádiz. Hecho
preso en 1814 por los absolutistas, luego fue elegido diputado a
Cortes por Avila en 1820. El 23 de septiembre de 1823, llegó a Burdeos
y, en noviembre de 1824, se asentó en París, donde frecuentaba las
tertulias del conde de Toreno y Martínez de la Rosa.
Pedro Pérez Mendo, canónigo
doctoral de Badajoz y director de los establecimientos de beneficencia
de la ciudad que, por haber predicado a favor de las libertades
públicas, había sido destituido, despojado de sus prebendas y
condenado en 1823 a una pena de ocho años de reclusión en un
monasterio, huyo a Burdeos regresando a España en abril de 1834, a
raíz del indulto definitivo decretado por María Cristina.
Pedro González Vallejo,
obispo de Mallorca desde septiembre de 1819, quien fue elegido
diputado a Cortes por Soria y presidente de las mismas en 1820.
Obligado a abandonar su mitra, en octubre de 1824 se exilió a Montpellier.
Antonio Posada Rubín de Celis,
abad mitrado de Villafranca del Bierzo, diputado por Murcia en 1820 y
encumbrado a la mitra de Cartagena-Murcia en 1821 a iniciativa del
gobierno liberal, tuvo que permanecer en Francia hasta mayo de 1834.
Mariano José Sicilia, prior
electo de la Colegiata de Baza, en el obispado de Guadix en 1819 y
prior en funciones en 1820, luego nombrado vicario general de su
diócesis.
Juan Nicasio Gallego,
diputado en las Cortes de Cádiz y canónigo racionero de Cartagena
desde 1809 que se vio gratificado con la dignidad de arcediano mayor
de Valencia en 1820.
Juan Ferrer, beneficiado y
protonotario de Mallorca.
Bonifacio Sotos Ochando,
rector del Seminario de San Fulgencio durante el Trienio, diputado por
dicha ciudad, exiliado en Francia en 1825, fue más tarde preceptor de
los hijos de Luis Felipe.
Pedro Alvarez y Gutiérrez,
canónigo de Baza, diputado por Granada en 1822, exiliado en julio de
1824.
Juan José de Aguirre Bengoa,
canónigo de la Catedral de Cuenca, nombrado durante el Trienio vicario
general castrense de las provincias de Chinchilla, Cuenca y
Guadalajara, llegó a Bayona en abril de 1831 pidiendo el amparo de
Luis Felipe.
Francisco de Borja Fernández,
canónigo magistral de la Colegiata de Briviesca, que huyó a Bayona en
septiembre de 1831, a sus sesenta y ocho años, tras permanecer cinco
incomunicado en un monasterio.
43 de los eclesiásticos asilados en
Francia eran capellanes de las tropas constitucionales. Así, Miguel de
la Peña y Oliva, cura de San Roque, cerca de Gibraltar, y capellán de
un regimiento liberal en 1823, se refugió primero en Inglaterra antes
de trasladarse a Portugal en 1827 y luego en 1830 vivió en el depósito
de refugiados de Tours, gracias al subsidio que le asignó el gobierno
de Luis Felipe.
Igualmente, el religioso
hospitalario de la orden de San Juan de Dios, José Parnau, natural de
Manresa y director del hospital de Nuestra Señora del Buen Socorro en
La Coruña, tomó parte activa en la expedición de Vera que Espoz y Mina
organizó en octubre de 1830 para acabar con el absolutismo en España.
Luego residió en Montpellier, recibiendo de las autoridades francesas
una ayuda diaria de 1,50 franco hasta la amnistía del 23 de octubre de
1833.
Extractado de: Aline
Vauchelle, “La emigración a Francia del clero liberal español:
1823-1834”, en Brocar, 21 (1998), pp. 269-309.
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